En nuestro día a día, experimentamos el hecho de depender de alguien, sobre todo si al trabajar nos ponemos a disposición de otro, aquel que ejerce autoridad sobre nosotros siempre se sentirá señor de nosotros, puesto que experimenta de alguna manera el poder de tenernos a su servicio. Existe sin embargo la posibilidad de que no tengamos a nadie que nos mande, por el simple hecho de que al tener nuestro negocio propio no hay nadie que tenga autoridad sobre nosotros. Frente a esta situación podemos caer en la tentación de pensar que no somos esclavos de nadie.
Imagina
un día cualquiera, te levantas y tu mente empieza a divagar por asuntos de
trabajo que dejaste pendientes el día anterior. Mientras te duchas y te vistes
sigues repasando mentalmente qué debes hacer hoy cuando llegues a la oficina,
pones el café en el microondas y tu mente se pregunta qué habrá que comprar
para la cena. Ha pasado media hora desde que te levantaste y en ningún momento
te has encontrado presente, disfrutando y consciente del momento. No has
disfrutado la ducha, ni del café, ni de la agradable sensación de ponerte ropa
limpia. No has besado a tu pareja, ni has acariciado a tu gata que te sigue
desde que te levantaste.
Esta
es una situación muy común. Me atrevería a decir que el 99,9% de la población
somos esclavos de nuestros pensamientos, nuestra mente divaga sin control de
una cosa a otra sin enfocarse en lo importante, EL AHORA. Si esto fuese una
excepción durante el día, no pasaría nada, el problema es que nos ocurre mientras
nos hablan, mientras comemos, mientras jugamos con nuestros hijos, etc. Nuestra
mente cambia de canal como aquel que cambia de canal de TV cada 2 minutos. No
disfruta de nada, no ve la peli, tampoco el documental ni las noticias. Es un
compulsivo que por supuesto, sufre de ansiedad, preocupación y tristeza.
Al
no poder acallar nuestra mente y centrarnos en lo que está ocurriendo, nos
perdemos la vida y terminamos con ansiedad porque nos estamos preocupando por
cosas que en ese momento no podemos resolver. Por ejemplo, el clásico adicto al
trabajo que llega a las 10 de la noche de la oficina. Su pareja le sonríe, lo
besa y le dice que la mesa está puesta. Le ha preparado unos macarrones
gratinados deliciosos. Mientras le cuenta cómo le ha ido el día, el Sr. adicto
al trabajo no puede dejar de pensar en la reunión de hoy (la he arruinado, como
pude dejarme el PowerPoint en casa) y la de mañana (tengo que llegar media hora
antes para preparar la documentación, es muy importante). Este el pan de cada
día de una sociedad enferma en la que la ansiedad, las prisas y la preocupación
campan a sus anchas mientras que la concentración, la consciencia y el AHORA
están en peligro de extinción.
Cambiarlo
no es fácil, estoy de acuerdo. Yo mismo debo recordármelo a diario para no
olvidarlo, pero se puede. ¿Cómo te sentiste la última vez que quedaste atrapado
por una buena película? No solo porque
te gustó realizar esas actividades, la razón principal es que durante una o dos
horas estabas centrado, tu mente no divagaba, no había preocupaciones, solo
importaba ese momento, ese remate, esa frase sarcástica del autor que te hizo
reír a carcajadas.
Puedes
vivir la mayor parte de tu vida en ese estado. No hace falta esperar hacer un
descenso a tope esquiando ni a ver a esa persona que tanto deseas, lo puedes
hacer cuando te cepillas los dientes, cuando juegas con tus hijos o cuando
charlas con tu pareja. Lo puedes hacer cuando trabajas, incluso en cosas que no
te gustan mucho y también lo puedes hacer en medio del tráfico. No es fácil,
pero se puede. Tu mente que es cabezota cambiará de canal miles de veces, pero
te corresponde a ti dirigirla y volver al presente cuantas veces sea necesario.
Solo así puedes alcanzar la armonía y paz.
Texto:
http://vmbustillo.com/2012/09/20/somos-esclavos-de-nuestra-mente/