Hace ya más de un siglo que Freud descubrió el insconsciente y, a pesar del escepticismo inicial por parte de los entornos académicos, parece que la ciencia actual viene a corroborar la existencia de este sustrato tan nuestro y tan oscuro. Supuso, eso sí, una dura patada en el hígado del ya maltrecho orgullo humano. Desde que Copérnico nos sacara del centro del sistema solar y Darwin nos atribuyera un parentesco común con los simios, el médico vienés se sumó a la fila de los antihérores y acabó de darle la puntilla al racionalismo más recalcitrante. Somos nosotros y nuestra sombra quienes
actuamos, deseamos, odiamos u amamos. Cual punta de un iceberg, sólo una pequeña parte es racional en tanto que la inmensa mayoría es un gran disco duro lleno de recuerdos o deseos reprimidos que vician la brújula que guía nuestra vida. Ya advertía en el prefacio de su libro La Interpretación de los sueños, y citando a Virgilio que: Si no conseguía doblegar a los de arriba, movería el mismísimo infierno. Y así hizo.
Ahora la ciencia parece confirmar que, antes de tomar una decisión sin importar la naturaleza de ésta, se produce una serie de circuitos neuronales que equivale a respuesta súbita y tácita que, luego en el terreno de la conciencia, expresamos. Y todo este proceso se elabora a pesar de nosotros. Poco pintamos en lo que vamos a decidir, a nivel consciente. Aún así, no dejamos de estar hablando desde el ámbito de la acción individual, pero ¿existe acaso un espacio común a todos desde el cual nuestra psique opera?
El famoso discípulo de Freud que después renegó en gran parte de la enseñanza de su mentor, Jung, mantuvo que, a parte de nuestro inconsciente individual, existe un escenario común, un lugar entre bambalinas donde todos estamos conectados con todo, donde lo esencial y primordial dentro del psiquismo humano se comparte. Es aquí donde nació el ya celebérrimo inconsciente colectivo, friso corrido en nuestar in-consciencia que nos hace iguales a todos.
Al comparar distintos pueblos y costumbres de lugares diversos, Jung advirtió que existe una suerte de correlato entre todos ellos, donde los grandes mitos que pensábamos tan sólo nuestros se comparten: la expulsión de un paraíso primordial, un diluvio que anega toda la existencia o el nacimiento de héroes mediante el parto de una virgen son lugares comunes en todas las culturas.
¿Se detiene la ciencia aquí? No. Desde hace unos años una nueva disciplina va cobrando fuerza dentro del panorama académico: la epigenética. Esta materia, que quizá hace unos años habría sido tomada como una patraña a la que se le lava la cara y se le adecenta para que parezca científica, aúna conceptos junguianos y genéticos. Nos viene a decir que todos los males o hechos significativos que se dieran en nuestros antepasados (padres, abuelos, bisabuelos etc...) se quedan grabados en nuestro ADN, condicionando, de alguna manera el mapa genético, las semillas de lo que materialmente somos, de por vida. Ya no es sólo lo que yo hago con mi cuerpo si no lo que mis antepasados hicieron con el suyo. Quizá aquello de las maldiciones bíblicas donde, por culpa de una generación se condena a las siguientes, cobre un nuevo sesgo al hilo de esta rama científica.
Hasta el momento nos hemos estado moviendo en el rígido y siempre bien estructurado terreno científico. No nos olvidemos que, en cualquier caso, la ciencia es el mejor de los mitos posibles (Antonio Escohotado dixit), y que como tal, su visión siempre estará limitada a lo cuantificable y medible, ámbito en el que es reina, pero su validez en lo cotidiano seguirá limitada: no importa que la raiz cúbica de 3 sea siempre la misma, porque yo soy yo y mis circunstancias, y me pesa más mi asunto emocional que un algoritmo neperiano.
Hay otras disciplinas, a caballo entre lo teatral y científico que como poco, nos hacen plantearnos nuestro lugar no tan sólo dentro del mundo, si no también dentro de nuestro núcleo familiar, que fue nuestra primera representación del orden y la jerarquía. Terapias de tipo más creativo como las constelaciones familiares, creada por un ex misionero que descubrió cierta estructura fija dentro de las tribus donde cada cual adoptaba un rol inamovible, están en la boca de todos aquellos que hoy día estudian la importancia del grupo desde una perspectiva distinta. Llevada al terreno familiar, todos actuamos desde un punto dado, que se nos asigna o conquistamos, desde el cual, un hermano, la madre o el tío conforman una especie de constelación, un mapa psíquico expresado por sus participantes (generalmente asistentes a un taller sobre esta materia) que se ve de manera clara en cuanto uno decide hacer la suya. Cada uno toma una posición dentro del espacio de la sala donde se lleva a cabo la constelación según la persona que elabora la suya propia. A veces es sorprendente lo lejos o cerca que quedan los padres o hermanos con respecto a uno mismo según este orden asignado casi inconscientemente por el propio interesado.
Al mismo tiempo nació otra suerte de arterapia creada por el artista chileno Alejandro Jodorowsky que después influenciaría a no pocos psicoterapeutas: la psicogenealogía. En ella se nos explica fundamentalmente tres hechos que parecen cumplirse con cierta regularidad dentro de la familia, a poco que no estemos conscientes de ello. A saber:
Somos fieles a nuestro árbol genealógico porque desobedecer, aunque lleve aparejada la realización personal, equivale a la expulsión del clan. Ejemplo: Prefiero matar mi vocación a ser pintor porque he escuchado repetidas veces por boca de mi padre que así me moriré de hambre. Curiosamente, él también ahogó esta pasión suya por la pintura, con lo cual, si lo repito, no lo destronaré y no habrá nadie que cumpla ese sueño. O todo lo contrario: se esfuerza en apuntarme desde bien pequeño a un taller de dibujo y pintura haciéndome un niño desgraciado por prenteder que viva su sueño frustrado.
Tendemos a repetir lo ya vivido por nuestros antepasados (resuena aquí la epigénetica) tanto lo material como lo emocional, entre otros aspectos. De tal modo que las enfermedades se pueden heredar como síntoma claro de lealtad: si me creo un alergia que padeció mi abuelo y mi padre, yo, que me llamo además Pedro como ellos, seguiré siendo miembro de la familia de pleno derecho. O, como considero que mi familia me trata como la oveja negra de la familia, desarrollo esta afección y entro dentro de su campo visual, y por lo tanto, de su atención: paso a ser tenido en cuenta.
No hay nada oculto que no quiera ser revelado. Los secretos son una terrible losa que cargan las espaldas de las generaciones siguientes: abusos, ruinas, incestos, cárceles etc... hechos de los cuales la familia se avergüenza y calla se convierten en un veneno que emponzoña lenta pero inexorablemente la psique de hijos, sobrinos o nietos. Más vale revelar lo que sucedió y pasar el luto de una vez por todas que vivirlo como una espada que pende sobre nuestra nuca. Curiosamente, y aquí hablamos como consultor en este terreno, cuando alguien revela lo que consideraba que iba a ser un detonante excesivo en su familia...termina por ser un fuego de artificio de apenas unos segundos de duración. Ante la confesión de una adicción, problema financiero, aborto o hijo secreto, el núcleo familiar suele reaccionar con naturalidad, excesiva en algunos casos, aunque no siempre elegancia o comodidad, porque algo ya se sabía.
En definitiva, no estamos solos, estamos todos unidos por esta especie de wi-fi psíquica más allá de lo material. Nos acompañan toda una serie de informaciones y experiencias que, si vamos retrocediendo, vivieron nuestros padres, abuelos, bisabuelos, tatarabuelos...es decir, toda la Humanidad. En nuestras células, en la parte más profunda e íntima de nuestra materia gris tenemos la totalidad y potencialidad de las vidas pasadas. Si alguien cree en la reencarnación, quiza esta sea una forma un tanto formal de expresarla: no fuimos solo una serie de vidas pasadas, las fuimos todas. La Vida es algo que nos tiene a nosotros, no al revés, como una acequia que nos inunda y que hace girar la rueda de nuestra existencia hasta el postrer momento. En tanto que estamos inmersos en ella, es también imposible emitir ningún juicio sobre la misma, sea positivo o negativo, porque seríamos juez y parte del proceso. Juzgar implica distancia, y nosotros estamos sumeridos hasta el fondo de algo inconmensurable que nos tiene, inmenso e impensable. No nos queda otra que beber la Vida a grandes sorbos y dejarnos tragar a la vez por ella, como el mejor de los regalos posibles. El único.
El pasado de la humanidad habita nuestro cuerpo y nuestra memoria, y es un flecha que inexorablemente se proyecta sobre nuestro futuro. Embellecer el mundo que nos rodea y el que interiormente habitamos es un deber, porque del mismo modo que todo lo recibimos en préstamo también así lo dejaremos a quienes sigan nuestro pasos cuando los nuestros comiencen a desdibujarse en la arena.
Somos los hijos del pasado, pero sin olvidar que somos también los padres de las generaciones futuras.
Luis Miguel Andrés es profesor de filosofía y consultor personal
Twitter: @_LuuisMigueel_
Fuente:www.cascaraamarga.es/tendencias/51-tendencias-gay/9659-la-vida-que-nos-vive.html