El Sueño Lúcido

Estamos hechos de la misma sustancia que los sueños, y también con un sueño concluye nuestra vida.
William Shakespeare

Desde la más remota antigüedad, los sueños han sido considerados como una fuente de inspiración que nos transmite mensajes misteriosos. Los chamanes, por ejemplo, veían confirmada su vocación sagrada en el transcurso de un sueño mientras que para los profetas de Israel, por su parte, los sueños eran portadores de mensajes divinos. Recordemos, por ejemplo, aquel pasaje de la Biblia que dice: Escucha mis palabras: si hubiera un profeta entre vosotros, Yo, el Señor, me presentaría ante él en una visión y le hablaría a través de un sueño. Las antiguas culturas mediterráneas afirmaban que los sueños eran
una fuente de curación y esta creencia congregaba en el templo del dios Esculapio a numerosas personas que trataban de incubar sueños terapéuticos. Más recientemente, la psicología ha declarado que los sueños constituyen el camino real al inconsciente (Freud) y que son mensajes de curación y conocimiento intuitivo procedentes del inconsciente (Jung). De la misma manera, la psicología transpersonal también presta una gran importancia a los sueños.
Pero sea cual fuere nuestra interpretación, los sueños constituyen un milagro nocturno que abre nuestra visión a un universo poblado de personajes, lugares y criaturas que parecen sólidos, independientes y reales. Además, durante el sueño nuestra propia persona parece dotada de un cuerpo sólido y real que parece ser el origen y el sostén de nuestra existencia, de nuestros placeres y de nuestros dolores, un cuerpo dotado de ojos y oídos que nos proporcionan mensajes sensoriales y cuya muerte supone también nuestra propia muerte. En suma, este mundo y este cuerpo onírico parecen crearnos y controlarnos, aunque el universo aparentemente objetivo es una creación de nuestra propia mente, un producto transitorio y subjetivo que se halla, en última instancia, sometido a nuestro control.
A veces, cuando despertamos pensamos que lo que acaba de ocurrir es irreal y decimos: No era más que un sueño. Pero de este modo incurrimos en el error – que la filosofía hindú denomina subrogar – de menospreciar el estado de sueño; es decir, concederle, desde el estado de vigilia, menor validez ontológica. No obstante, sea cual fuere la conclusión a la que arribemos cuando estamos despiertos, noche tras noche, una y otra vez, seguimos soñando y creyendo sin lugar a dudas en la realidad de nuestros sueños, y es por ello que luchamos y huimos, reímos y lloramos, maldecimos y disfrutamos.
Es posible que la mayoría de nosotros hayamos tenido, en alguna ocasión, la experiencia de darnos cuenta repentinamente de que no es más que un sueño mientras estábamos inmersos en una dramática aventura o bajo una pesadilla onírica. En ese momento nos tornamos lúcidos; estamos soñando y, al mismo tiempo, nos damos cuenta de que estamos soñando, y ese reconocimiento puede proporcionarnos una sensación de alivio, placer, asombro y libertad. Entonces somos libres para enfrentarnos a nuestros monstruos, para satisfacer nuestros deseos o para tratar de descubrir nuestras aspiraciones más elevadas sabiendo que no somos las víctimas sino los creadores de nuestra propia experiencia. Como dijera el filósofo Nietzsche: Quizás exista alguien que, al igual que yo, recuerde haber proclamado victoriosamente en medio de los terrores y los peligros de un sueño: “Esto es solamente un sueño y quiero seguir soñándolo!”.
Pero este tipo de sueños son excepcionales y solemos carecer de la capacidad para inducirlos. Cabría preguntarnos, pues, si existe algún método que nos permita desarrollar la capacidad para despertar a voluntad en medio del sueño, una pregunta que ha sido contestada afirmativamente por muchas tradiciones contemplativas y por todos los investigadores del sueño. Ya en el siglo IV, Patanjali recomendaba en su clásico texto sobre el yoga: Ser testigos de los procesos del sueño y del sueño profundo. Cuatro siglos después, el budismo tibetano desarrolló un sofisticado sistema de yoga onírico. En el siglo XII, el místico sufi Ibn El-Arabi, un genio filosófico y religioso conocido en el mundo árabe como el más grande de los maestros, afirmaba que una persona también debe controlar sus pensamientos durante el sueño. El adiestramiento en este tipo de atención puede proporcionar grandes beneficios. Todos deberíamos esmerarnos en tratar de desarrollar esta valiosa capacidad. Más recientemente, diversos investigadores y maestros espirituales – desde Sri Aurobindo hasta Rudolf Steiner – han confirmado también la posibilidad de desarrollar el sueño lúcido.
Durante muchas décadas, los investigadores occidentales habían desdeñado estos informes como simples quimeras pero, a lo largo de la década de los setenta, tuvo lugar uno de los hitos más relevantes de la historia de la investigación sobre los sueños. Estamos refiriéndonos al trabajo de Alan Worsey en Gran Bretaña y de Stephen LaBerge en California, dos investigadores que trabajando aisladamente y sin saber nada el uno del otro aportaron evidencia experimental sobre la existencia del sueño lúcido y aprendieron a provocar deliberadamente este fenómeno. Estos investigadores permanecían monitorizados electrofisiológicamente en un laboratorio del sueño y no sólo podían comunicar – mediante ciertos movimientos oculares – a los observadores externos que estaban soñando sino también que sabían que estaban soñando. Mientras tanto, su EEG (electroencefalograma) mostraba el típico patrón de ondas MOR (movimientos oculares rápidos) característico del sueño, ratificando, de ese modo, la veracidad de sus afirmaciones. Por vez primera en la historia, alguien había podido mandar un mensaje desde el mundo de los sueños mientras estaba durmiendo. A partir de ese momento, la investigación y la comprensión del estado onírico ha sufrido un cambio radical. Resulta interesante constatar que, durante cierto tiempo, LaBerge no pudo publicar los datos recogidos en su trabajo porque no existía ningún editor que creyera siquiera en la posibilidad del sueño lúcido.
A partir de ese momento, las señales proporcionadas por los movimientos de los ojos y los registros electrofisiológicos han permitido que los investigadores pudieran estudiar variables tales como la frecuencia y la duración de los sueños lúcidos, sus efectos fisiológicos sobre el cerebro y sobre el cuerpo, las características psicológicas de quienes los experimentan, los medios más confiables para inducirlos y su potencial para la curación y la investigación transpersonal. El sueño lúcido ha inspirado también numerosas reflexiones sobre las implicaciones filosóficas, transpersonales y prácticas del sueño y de la lucidez.
Una de las principales consecuencias filosóficas tiene que ver con la naturaleza del estado de vigilia. Después de todo, si noche tras noche cometemos el error de creer en la objetividad del mundo y del cuerpo onírico, es decir, de considerar que se trata de acontecimientos reales que existen más allá de nuestra mente, no podría ocurrir lo mismo con el mundo y con el cuerpo vigílicos? Cómo podemos, pues, estar seguros de que el estado de vigilia no es también una especie de sueño? Como advierte el budismo tibetano: El estado de vigilia no presenta ninguna característica que nos permita diferenciarlo claramente de la experiencia onírica.
Hay muchos filósofos y tradiciones místicas que coinciden en esta apreciación. Según Schopenhauer, por ejemplo, el universo es un gran sueño soñado por un único ser en el que todos los personajes también están soñando, y el gran erudito del zen, D.T. Suzuki, decía: Mientras sigamos soñando jamás podremos comprender que estamos soñando. En la misma línea, una enseñanza contemporánea cristiana afirma que:
Los sueños nos enseñan que tenemos la posibilidad de construir el mundo tal y como lo deseamos y que es este deseo, en definitiva, el que nos lleva a creer sin ningún género de dudas en la realidad de lo que vemos. Sin embargo, en el interior de nuestra mente existe un mundo que también parece ser externo… Creemos despertar y que, con este despertar, el sueño se desvanece, pero somos incapaces de reconocer que lo que dio origen al sueño permanece presente, que nuestro deseo de construir un mundo diferente al mundo real persiste. Por consiguiente, lo que vemos al despertar no es sino otra forma del mismo mundo que contemplamos en los sueños. Así pues, estamos soñando de continuo. Lo único que ocurre es que los sueños vigílicos y los sueños oniricos nos parecen diferentes. Eso es todo.
Obviamente, esta perspectiva es una forma del idealismo filosófico metafísico según el cual lo que consideramos como realidad externa no es más que una creación de nuestra propia mente, un punto de vista que, a pesar de no gozar de demasiada popularidad en estos tiempos materialistas, ha sido sustentado por algunos de los principales filósofos orientales y occidentales. Hegel, por ejemplo, afirmaba que el espíritu es la única Realidad, la substancia interna del mundo. Así pues, el hecho de que ningún filósofo haya podido demostrar la existencia del mundo exterior no constituye ninguna sorpresa para los idealistas.
Quienes han aprendido a desarrollar la lucidez en sus sueños comprenden en profundidad cuán convincente y objetivo puede resultar el mundo onírico y cuán dramático puede resultar el despertar personal. El soñador lúcido experimenta con inquietante claridad que lo que parecía un mundo incuestionablemente externo, objetivo, material e independiente es, en realidad, una creación interna, subjetiva, inmaterial y dependiente de su propia mente. Hay quienes ponen entonces en tela de juicio sus antiguos puntos de vista, empiezan a preguntarse si el estado de vigilia no debería también ser considerado como una especie de sueño y comienzan a vislumbrar el sentido de la afirmación de Nietzsche de que inventamos la mayor parte de lo que experimentamos y somos mucho más artistas de lo que suponemos.
Este hecho tiene importantes implicaciones teóricas y prácticas que afectan muy directamente a nuestro estado de vigilia. Cuando estamos soñando solemos creer que nuestro estado de consciencia es claro y distinto y que estamos viendo las cosas como realmente son; sin embargo, cuando despertamos o alcanzamos cierto grado de lucidez subrogamos la conciencia onírica y reconocemos sus distorsiones. No podría, acaso, ocurrir lo mismo con nuestro estado de consciencia vigílico? Y, si eso fuera así, existe algún modo de despertar y ser más conscientes de nuestra vida cotidiana?
A lo largo de los siglos, las grandes tradiciones religiosas han afirmado que nuestro estado habitual de consciencia se halla distorsionado y también han insistido, sin ningún género de dudas, en la posibilidad de despertar. En realidad, las disciplinas contemplativas nos instan a reconocer las limitaciones del estado de consciencia ordinario y nos proporcionan métodos prácticos para despertar a ese estado no distorsionado conocido con el nombre de iluminación.
Pero nuevamente se nos plantean aquí un par de cuestiones adicionales acerca del estado de lucidez. Es posible clarificar, aún más si cabe, el estado de lucidez y aplicarlo tanto al sueño sin ensueños como al estado de vigilia? Podemos cultivar ciertos estados superiores de consciencia mientras estamos soñando y, de ese modo, desarrollar lo que Charles Tart denomina sueños superiores?
Tanto los informes personales como la reciente investigación sobre el sueño parecen responder afirmativamente a ambas preguntas. Por una parte, sabios de la talla de Aurobindo y Rudolf Steiner y ciertos practicantes avanzados de meditación han señalado la posibilidad de mantener una lucidez continua a lo largo de la mayor parte de la noche no sólo durante el sueño con ensueños sino también durante el sueño profundo. Algunos practicantes avanzados de MT (meditación transcendental) han constatado también esta experiencia y han sido capaces de mantener una especie de consciencia-testigo durante todas las fases del sueño. Ello significa que mientras sueñan – e incluso mientras se hallan en el sueño profundo – permanecen identificados con la consciencia pura y pueden, de ese modo, dedicarse simplemente a contemplar los personajes y las situaciones oníricas sin verse afectados por ellas. Por otra parte, esta observación ecuánime puede extenderse a la vida vigílica cotidiana. Según la tradición védica de la MT, el primer estadio de la iluminación se alcanza cuando la consciencia-testigo persiste de manera continua e ininterrumpida.
Evidentemente, el yoga y la meditación pueden provocar el sueño lúcido y éste, a su vez, puede ser utilizado como un tipo de meditación. En realidad, la lucidez parece conducir espontáneamente a los meditadores a este punto. Los practicantes avezados señalan que finalmente desaparece incluso hasta la misma emoción de satisfacer repetidamente un deseo y el soñador comienza a buscar algo más significativo y profundo que sumirse en una nueva fantasía sensual. Estas personas parecen redescubrir, por tanto, la vieja idea de que los placeres sensoriales no pueden proporcionar, por sí mismos, una satisfacción definitiva.
En ese punto, podemos comenzar a buscar determinadas experiencias transpersonales y utilizar el sueño como una técnica transpersonal. Para ello, sin embargo, será necesario utilizar tres estrategias diferentes. En primer lugar, hay que buscar activamente una experiencia espiritual dentro del mismo sueño, ya sea
bajo la forma de un símbolo, de un maestro o de una deidad. A continuación, tendremos que adoptar una actitud más receptiva y dejar el control de nuestro sueño en manos de un poder superior, un poder que puede ser concebido como un guía interior, el Yo Superior o la Divinidad.
Finalmente, deberemos emprender una práctica meditativa o yóguica mientras nos hallamos todavía en el sueño. El yoga del sueño, propio del milenario budismo tibetano, es, posiblemente, la técnica de este tipo que haya alcanzado mayor popularidad. Según el Dalai Lama, los yoguis tibetanos aprenden a desarrollar la lucidez tanto en los sueños como en el sueño profundo, permaneciendo así conscientes durante las veinticuatro horas del día. Además, las horas de vigilia se ocupan también de cultivar la consciencia de que su experiencia vigílica es también un sueño. El resultado ideal de este tipo de práctica es un estado de consciencia ininterrumpido, la sensación de que toda experiencia no es más que un sueño y, en última instancia, el logro de la Gran Realización.
El paso final que conduce a la Gran Realización consiste en comprender que todo lo que está en elsamsara (la existencia) es tan irreal como un sueño. La Creación Universal, con sus múltiples esferas de existencia, desde las formas inferiores hasta los más elevados paraísos búdicos y todo lo que se halla incluido en ella, es decir, todos los fenómenos orgánicos e inorgánicos, la forma y la materia en sus innumerables aspectos físicos – los gases, los sólidos, el calor, el frío, la radiación, los colores, los diferentes tipos de energía, los elementos atómicos, etcétera -, no son sino diferentes contenidos de este Sueño Supremo. Con la emergencia de esta sabiduría divina, el aspecto microcósmico del macrocosmos despierta plenamente, la gota de rocío se sumerge en el océano resplandeciente, en la bienaventuranza del nirvana, en la Unidad poseedora de todas las posesiones, conocedora de todo lo cognoscible, creadora de toda creación, la Mente única, la Misma Realidad.
Los sueños son reales mientras duran. Podemos decir acaso otra cosa de la vida?
Havelock Ellis
Fuente: alcione.cl