Uno de los primeros pasos de cualquier camino espiritual es conseguir cierta calma en nuestra vida emocional y mental. Pero: ¿Es eso posible?¿Cómo se consigue? Es necesario escuchar en nuestro interior. La primera vez que realmente lo haces, te asustas. De repente te das cuenta de que tienes como un duende o un pajarito en la cabeza que no calla nunca. Pretender hacerle callar es imposible. A la mínima que te distraes te vuelve atacar con su cancioncilla repetitiva. Son las formas pensamientos que hemos usado a menudo. Nos hemos acostumbrado a
reaccionar de una determinada manera delante de cualquier situación. Como las situaciones y los conflictos se repiten para que aprendamos, siempre que suceden, las redes neuronales se disparan y nuestra cabeza vuelve a repetir su cansina melodía. ¿Cómo podemos salir de este círculo vicioso? Es necesario que nos identifiquemos no con nuestros pensamientos sino con su observador silencioso. Así en nuestro interior aparecen dos figuras: El observador y lo observado. El observador es pura atención, neutralidad absoluta. Lo observado son nuestros pensamientos, es decir la voz del pajarito o del duende que no calla. Sin identificarnos con nuestros pensamientos, ni a favor ni en contra, y sin alimentarlos, poco a poco las voces callaran y la paz y el silencio interior reinará, al menos mientras estemos atentos y no nos dejemos llevar por impulsos de formas pensamiento antiguas.
Cuentan la historia que un día un joven andando por las afueras de su ciudad se encontró un genio en una lámpara. El genio le dijo que le daría todo lo que quisiera con una sola condición: nunca debería dejar de pedirle cosas sino le mataría. El joven aceptó entusiasmado le pidió, coches, casas, mujeres…de todo hasta que llego a un punto en que ya tenía de todo y le dijo que no quería nada más. El genio tal y como había prometido empezó a perseguirle para matarle. Corrían y corrían uno detrás del otro cuando por casualidad pasaron por delante de un monasterio donde habitaba un monje muy sabio. Al verlos correr el sabio le preguntó al joven: ¿De que huyes tan despavorido? Del genio. Sino le pido algo más me matará y yo ya no se que pedir más. El sabio pensó un memento y le dijo. No debes huir del genio. En lugar de eso es mejor que le des trabajo en algo repetitivo para que esté distraído. Así fue como nuestro joven amigo le dijo al genio que subiese al árbol más alto y después bajase. Y que después volviese a subir. En este cuento se nos habla de la mente que es un genio y que nos dará todo aquello que le pidamos. Pero también nos advierte de los peligros de la mente que nunca tiene suficiente. El árbol guarda relación con la respiración. Quien se fija en el ritmo de su respiración en lugar de en sus pensamientos puede conseguir acallar la voz de su duende interior.
Otra forma de mantener las formas pensamiento a ralla es cantando. Dicen que los ángeles cantan y no hablan. Cuando te encuentres deprimido/a y veas que tu cabeza va loca, prueba a cantar un rato. Tu ser interior te lo agradecerá.