Esta ha sido una de las mayores calamidades de la historia humana: como
nunca se ha apreciado a las mujeres por su talento, poco a poco ellas
han retardado su talento. Sólo tenía que tener un cuerpo
bello y proporcionado, y no tener mente, eso es todo. Eso era lo que se
esperaba de ella; si no, el hombre se sentía avergonzado, herido.
De forma que las mujeres han aprendido un truco a lo largo de los
tiempos, que las reglas del juego son que la mujer no debe mostrar su
talento. Si es inteligente, debe simular que es estúpida. Si es creativa,
no debe hacer nada. Debe confinar su creatividad a las pequeñas cosas de
la casa, la sala de estar y la cocina y cosas así. No debe hacer nada que
hiera el ego del hombre: no debe escribir poesía, no debe ser pintora, no
debe esculpir; si no, el hombre se siente inferior.
El ego masculino no permite que la mujer tenga ni voz ni voto... y ella
tiene algunas cualidades que no tiene el hombre y que no puede tener en
esa proporción. Todo lo intuitivo es más asequible a las mujeres que a los
hombres; todo lo intelectual es más asequible a los hombres que a las
mujeres. El hombre aprecia el intelecto, naturalmente. Él tiene intelecto,
luego lo aprecia, y condena la intuición, la llama fe ciega, tontería,
estupidez, superstición. La condena porque no la tiene.
En la Edad Media las mujeres a las que llamaban brujas y eran quemadas
eran en realidad mujeres muy perceptivas. Los tribunales masculinos no
podían tolerarlas, los curas no podían tolerarlas. La Iglesia entera ha
permanecido orientada hacia el hombre, toda la comunidad cristiana es
masculina. No hay ni una sola mujer en la Trinidad; toda la jerarquía
es masculina.
No estaban realmente en contra de la brujería, estaban en contra de la
mujer. Un día u otro, cuando la historia se escriba correctamente, se
mostrará que no fue un movimiento contra la brujería. La brujería no
tiene nada que ver con ello; era el hombre contra la mujer. Era la
inteligencia contra la intuición; era la razón contra algo que es
irracional, pero muy poderoso.
Aquellas brujas fueron quemadas, matadas, asesinadas, torturadas, y, por
miedo, la mujer se ocultó del mundo y se recogió en sí misma. ¡Se
asustó! Si mostraba cualquier tipo de talento pensaban que era una
bruja. Si el hombre mostraba el mismo tipo de talento, le hacían santo.
Lo adoraban como hombre milagroso, y la mujer se volvía una bruja.
Ella estaba en manos del diablo, y el hombre era una persona elegida por
Dios mismo... ¡y se trataba de la misma cualidad!
Osho El libro de la mujer