La alegría levanta. La alegría nos abre interiormente. Ella es la plenitud. La alegría nos pone en movimiento, la alegría anima. La alegría se mueve y arrastra a los demás.
Con alegría cantamos. Ella no deja que nos quedemos sentados. Tomamos a otros de la mano y con ellos comenzamos a danzar, felices comenzamos a danzar.
La alegría está atenta. En las demás personas o en alguna cosa sentimos una luminosa alegría. Pues la alegría ilumina. Ella resplandece en nuestros ojos y en nuestros rostros.
Toda alegría es alegría de vivir. Ella se nutre de la plenitud de la vida y la felicidad. Es por eso que nos arrastra, a nosotros y a los demás.
Junto a esta agitada alegría también experimentamos una alegría silenciosa.
Por ejemplo, cuando nos alegramos de la existencia de otros, cuando nos alegramos de ellos tal como son. Así se alegran los padres de sus hijos. Así nos alegramos nosotros de un éxito cuando algo nos ha salido bien.
La alegría es la coronación de la sabiduría. A través de una cara bondadosa ella irradia y acompaña al amor. Ella acompaña al amor, al amor permisivo, al amor que en consonancia deja que la vida siga su curso y con ella todo lo que crece. Esa alegría está en sintonía con la vida. Ella ha dejado atrás las grandes exigencias, porque está satisfecha.
Ese es un amor rico.
(Bert Hellinger / Ayuda para la vida actual)