La autoestima es ese sentimiento que surge cuando, conociendo bien a la persona que somos, descubrimos que estamos a gusto y orgullosos de nosotros mismos. Tenemos miles de limitaciones, defectos y un enorme aprendizaje aún pendiente, y aun así, nos amamos.
Este amor es fuerte, incondicional y sano… o, al menos, debería serlo, porque amarse a sí mismo es un pre requisito para abordar cualquier proyecto que conduzca a la felicidad diaria o venidera.
Yo me pregunto: ¿qué puede haber de malo en este amor? ¿No será que lo estamos confundiendo con otras actitudes u otros sentimientos?
La autoestima no es egoísmo, arrogancia o egocentrismo. La autoestima no es pensar que merecemos más que otros ni actuar únicamente en nuestro propio beneficio, sin considerar el daño que pudiésemos hacer a los demás. El amor hacia uno mismo no significa considerar a los demás inferiores, ni que no se les ame. Precisamente, la mejor forma de aprender a amar a otros, con sus defectos y virtudes, es empezando con uno mismo.
La vanidad y la soberbia tampoco tienen que ver con la autoestima. Con la vanidad se trata de resaltar ciertas cualidades para quizás esconder tras ellas un complejo de inferioridad. La soberbia consiste también en enaltecer una serie de cualidades personales, pero con la finalidad de conseguir la aprobación, el respeto o la consideración de otros (no los de uno mismo). Son actitudes que enmascaran carencias ante los demás. Por lo tanto, poco si no nada tienen que ver con la autoestima.
¿Acaso amarnos y respetarnos a nosotros mismos nos hace menos humildes? La humildad, que etimológicamente es una palabra algo confusa, consiste en no creerse mejor que otro. ¿Y quererse a uno mismo es creerse mejor que los demás? Rotundamente, no. Esta respuesta sí la tengo clara y ojalá que tú también.