Hace
mucho, mucho tiempo, en algún lugar del mundo, vivía un hombre que trabajaba en
el cultivo de la tierra.
Un
día, cuando regresaba a su casa vio en el camino algo que brillaba en el suelo.
Se agachó y lo tomó en sus manos. Era una piedra, que, realmente tenía mucho
brillo. El campesino siendo un hombre rústico, sin instrucción alguna, no podía
saber el valor de esa piedra, sin embargo, desde su ignorancia, percibió, por
su belleza que era algo valioso, aunque no podía distinguir un diamante de una
roca común.
Decidió
llevársela a su casa y esconderla. Cuando creyó que nadie de su familia lo
veía, buscó un lugar especial para ocultar su tesoro.
A
los pies de un viejo roble hizo un pozo muy profundo y allí enterró la piedra.
Justo en ese momento, su esposa salió de la casa y vio lo que estaba haciendo
tan sigilosamente. Al preguntarle qué guardó allí, el hombre le dijo que era
algo muy valioso que tenía mucho poder para conceder todos los deseos que se le
pidieran. La mujer no le creyó para nada y pensó que él estaba fantaseando. Así
pasó un tiempo hasta que un día ella se sintió muy inquieta por la tardanza de su
esposo que no regresaba de los campos. Llegó la noche y no tuvo ninguna
noticia. Ella se angustió mucho pensando que algo malo le había sucedido.
Entonces
se acordó de aquello que estaba enterrado bajo el roble. Tomó una piedra y la
colocó en ese preciso lugar y con toda la fuerza de su corazón pidió que su
marido regresara sano y salvo. Increíblemente, a los pocos minutos él apareció
y le contó el motivo de su tardanza. La mujer quedó tan agradecida que contó lo
sucedido a sus hijos. Así fue que esto se convirtió en una costumbre, un hábito
familiar. Desde entonces, cada vez que había un deseo o una necesidad se ponía
una piedra en ese lugar para hacer la petición. Sus hijos lo hacían, sus nietos
también y los nietos de sus nietos lo convirtieron en una tradición.
Pasaron
años y siglos y ese sitio se transformó en una montaña de piedras cada vez más
y más alta y su fama trascendió como un punto de peregrinación donde los
pedidos, ruegos y súplicas se iban cumpliendo.
Pero,
a medida que pasaba el tiempo, las antiguas tradiciones de los ancianos iban
perdiendo la fuerza de sus valores originales. Los jóvenes tenían ideas nuevas
y una mentalidad diferente, basada en el materialismo. Poco a poco, abandonaron
las costumbres de sus ancestros y finalmente se negaron a colocar las piedras
en el lugar sagrado, pensando que eran cosas de viejos. Y aquellos que aún
continuaban con la costumbre, lo hacían como un acto mecánico, sin convicción.
Para ellos era sólo un montón de piedras sin valor alguno, porque se había
perdido el significado verdadero que era la fe.
Susana L. Hossian 15-
3- 2011