La amistad es desinteresada
Considerar la amistad como un bien es un valor fundamental que no ha cambiado a lo largo de los tiempos. Aún vivimos del alimento que nos proporcionaron Sócrates, Platón y Aristóteles, los tres representantes fundamentales de la filosofía griega y, también, de los escritores de la Roma clásica, Cicerón y Séneca. Esto ya es un privilegio en el mundo actual,
poco habituado a ponderar las enseñanzas recibidas y a conservarlas. Siguen vigentes las cualidades que nos mostraron los antiguos filósofos del mundo griego y romano más destacados y que hoy procuramos vivir para ser amigos leales de nuestros amigos y enseñarlo con el testimonio a nuestros hijos.
La buena amistad debe ser desinteresada. Ciertamente cuando una persona se quiere servir del amigo sólo por interés acaba instrumentalizándolo y –como dice Séneca– desnuda a la amistad de su grandeza.
¿Vivía una amistad desinteresada el ratoncito de la fábula de Jean Le Fontaine? La respuesta la encontraremos en esta historia:
”Dormía tranquilamente un león, cuando un ratón empezó a juguetear encima de su cuerpo. Despertó el león y rápidamente atrapó al ratón; y a punto de ser devorado, le pidió éste que le perdonara, prometiéndole pagarle cumplidamente llegado el momento oportuno. El león echó a reír y lo dejó marchar.
Pocos días después unos cazadores apresaron al rey de la selva y le ataron con una cuerda a un frondoso árbol. Pasó por ahí el ratoncillo, quien al oír los lamentos del león, corrió al lugar y royó la cuerda, dejándolo libre.
Días atrás – le dijo -, te burlaste de mí pensando que nada podría hacer por ti en agradecimiento. Ahora es bueno que sepas que los pequeños ratones somos agradecidos y cumplidores”.
La simpatía desinteresada del ratoncito ayudó al león en un momento de peligro.
La simpatía desinteresada del ratoncito ayudó al león en un momento de peligro.
Es muy necesario para tener amigos no esperar nada a cambio, no podemos perder este vínculo amable que se da cuando somos sencillamente amigos. Quien es egoísta y sólo busca el propio interés, ni tendrá amigos ni gozará de la amistad; puede acabar utilizando al amigo sea para quedar bien, sea para controlarlo, sea para dominarlo, sea para aprovecharse de él. Y, estas actitudes no son propias de la amistad.
No es lo mismo tener los mismos intereses por el deporte, las aficiones o la cultura, que tener un amigo para lucrarse o beneficiarse de él, como sería el caso de un adolescente que se hiciera amigo de una chica o un chico porque lo invita a fiestas o que un adulto se hiciera amigo del dirigente de un partido para lograr un cargo político o la adjudicación de unas obras públicas. Las fiestas podrían ser muy divertidas, las obras podrían ir adelante o no, ahora bien, tanto la amistad del joven como la del adulto estarían cargadas de hipocresía; y, como sabemos, la amistad ha de ser auténtica, no admite mentira.
Una cualidad destacada de la amistad es pues, esta forma de afecto desinteresado, fundada en el respeto, la confianza y la comprensión. Vivida de esta manera se consigue aquel punto de gozo, difícil de alcanzar en un mundo muy revuelto. El bien que produce el amigo es un oasis en medio de las dificultades y una ayuda para mejorar en compañía de amigos.
Cuando vivimos la amistad nuestros hijos la descubren y aprenden a ponerla en práctica con la misma intensidad.
Por Victoria Cardona
Fuente: http://www.fluvium.org/
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